Defensa de la paz y la libertad: la Octava de Shostakovich por la OSX en Tlaqná

Faustino Velázquez Ramírez. Xalapa, Ver., 03 de febrero de 2018. Tristeza, impotencia, ira, al tiempo que regocijo, esperanza, misericordia, fueron las sensaciones que pudieron sentirse en la sala Tlaqná el viernes por la noche ante el programa musical que el público pudo escuchar.

Y es que, tras el reciente fallecimiento del estudiante de la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana, José Ignacio Cortaza, a manos de sujetos armados por encontrarse a la salida de su trabajo, y cerca de adonde se dio el ataque que le arrebató la vida de la manera más indignante, familiares, músicos, así como escuchas, sintieron en carne viva un luto avivado por la falta de respuestas ante el trágico suceso.

El director titular de la Orquesta Sinfónica de Xalapa (OSX), Lanfranco Marceletti Jr., anunció que el concierto comenzaría con el Adagietto de la Sinfonía No. 5 de Gustav Mahler, a manera de homenaje, obra que sería sucedida por la Sinfonía No. 8 de Dmitri Shostakovich.

Esta última, con la Segunda Guerra Mundial y el bombardeo alemán sobre Stalingrado como eje, reveló en sus cinco movimientos la realidad angustiosa, mortífera del tufo nazi desde agosto de 1942 hasta febrero de 1943.

Desde el primer movimiento, con un Adagio extenso y penetrante, la OSX delimitó la descripción de una realidad intricada, en la que la sonoridad fue habitada por el conflicto, las ruinas. No en una cohabitación entre sonido y silencio, sino el debate entre ambos, con momentos exangües y dolorosos pasajes. Maderas, percusión y metales alzaron una voz fuera de sí, desequilibrada, en una apoteosis que solo pudo aliviar el corno inglés.

Para el Allegretto (segundo movimiento) lo laberíntico y soterrado se tornó vacilación, en un scherzo cuyos matices alcanzaron, en la ágil ejecución de la OSX, una esquiva pero insistente sorna, acotada por la decepción.

Allegro Non Troppo, el tercer movimiento de esta pieza musical, retó a la noche; la abrió: tocata que a compás cortante fustigó al silencio, rodeándolo, en un tropel de violas, chelos, flautas, violines, percusiones y trompetas que dieron paso al Largo.

Tiniebla, atemperada por un halo de muerte y desolación, fue el planteamiento del cuarto movimiento. A pesar de un exabrupto inicial, como un grito, vino un lento avanzar, apenas un sigiloso paso, una caminata con los hombros caídos y la mirada extraviada.

En el último movimiento (Allegretto) un fagot parece defenderse de los fragmentos, la dispersión, pero las disonancias vuelven: los agudos filosos, el retorno a pasajes del primer movimiento son una grieta que solo pudo sanar y no languidecer por los pizzicato de las cuerdas.

En suma, fue una noche de revelaciones, pero también de afrentas y de una valiente postura ante la realidad actual en la que el público de la sala Tlaqná reivindicó, de la batuta de maestro Lanfranco Marceletti Jr., que nada está por encima del amor y la paz y que la música es un discurso, un cosmos incisivo, con el cual podemos abrigarnos y decir ya basta.

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