En pandemia, la fantasía ayuda a reencontrar humanidad perdida
Redacción/Xalapa. Rafael Mondragón Velázquez, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), reflexionó en torno a la fantasía, que durante esta pandemia regala fuerza para reencontrarse con la humanidad perdida, desde lo más profundo de un sentimiento enigmático, poético y figurado.
En la conferencia que impartió el jueves 21 de octubre, en el Simposio Internacional “Diálogos: filosofía y literatura”, en el marco de la Cátedra de Excelencia “José Martí” de la Universidad Veracruzana (UV), el Doctor en Letras habló sobre la potencia de la fantasía, para lo cual puso en diálogo a algunos pensadores, además de relatos e historias en primera persona.
Durante su ponencia transmitida por Facebook Live, el investigador del Seminario de Hermenéutica del Instituto de Investigaciones Filológicas (IIFL) dividió su charla en dos partes: “Relatos, sueños y generaciones” y “El refugio de la fantasía”.
Al comienzo compartió recuerdos, pensamientos, experiencias y sensaciones del significado de ser padre, y del inicio del viaje de su hija a este mundo, catalogándola como un ser del cosmos.
Citó un fragmento del filósofo checo del siglo XX, Janusz Korczak, quien abandonó su profesión para cuidar niños: “A veces, hay niños de una sensibilidad especial que se imaginan ser huérfanos en la casa de sus padres. El niño y la eternidad; el niño, una partícula en el espacio infinito; el niño, un momento en el tiempo”.
Con relación a este pensador, Rafael Mondragón abonó sobre su legado, pues fue asesinado en un campo de exterminio nazi de Treblinka, junto a los niños a los que él cuidó en un orfanato judío de Varsovia.
Destacó que los hijos son llamados por la eternidad y con palabras de personas que habitan en el pasado.
En la segunda parte, el filósofo compartió con los espectadores que antes del nacimiento de su hija animó –durante la pandemia– la creación de un espacio donde se contaban cuentos, se cantaban canciones y compartían secretos.
“Era una forma de consolarnos, al mismo tiempo que un proyecto de investigación-acción participativa sobre la potencia de la literatura en contextos de crisis mundial.”
Los círculos de lectura se dieron vía telefónica con desconocidos de distintas partes del mundo, quienes mutuamente intercambiaban canciones, poemas y relatos “en una relación de uno a uno”.
A ese experimento lo denominó “Ciudades invisibles”, y comenzaba con una consigna aparentemente sencilla: una carta personal con el obsequio de un relato, un poema, una canción, a alguien desconocido que pudiera estar necesitándolo.
Su invitación, dijo, llevó a que una persona cantara a la mitad de la noche a través del celular; a que otra contara el cuento que hacía fuerte a su hijo; a que una más recitara un poema, un conjuro de María Sabina, o leyera una historia de dragones.
“Yo fungía como mediador, fui trazando los puentes que permitían que el audio de uno le llegara al otro, de forma que cada vez que un nuevo desconocido respondía a su petición, en agradecimiento, yo le prometía la voz de dos o cuatro desconocidos.”
Rafael Mondragón, colaborador en círculos de lectura, talleres de educación popular y experiencias de trabajo cultural comunitario, guardó registro de lo ocurrido en ese proyecto de investigación-acción en el que trató de crear una gigantesca caja de resonancia para las palabras.
“Para curarnos del espanto era necesario crear un espacio gigantesco de escucha donde las palabras pudieran resonar, un refugio donde reencontrar lo que una de las personas participantes llamó: la humanidad perdida.”