Chimamanda Ngozi Adichie, una feminista feliz africana
México/Notimex. La escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (Abba, Enugu, 15 de septiembre de 1977) emite la siguiente propuesta, radical y potente: “Imagínense lo libres que seríamos siendo quienes somos en realidad, sin sufrir la carga de las expectativas de género”, tal provocación aparece dentro de su libro intitulado Todos deberíamos ser feministas (2020), editado bajo el sello de Penguin Random House.
Dicho escrito se halla bellamente acompañado de una serie de ilustraciones realizadas por Leire Salaberria (País Vasco, 1983), las cuales son un complemento idóneo para las potentes reflexiones de la feminista africana, quien en tal obra —inicialmente dedicada al público infantil, pero que sin ningún problema puede ser leída por lectores de cualquier edad— narra tanto su historia acerca de cómo desde niña descubrió la opresión propia del género, como también deja conocer la manera en que dicha experiencia dolorosa es vivida en un continente como el africano.
Si el libro como objeto material de por sí resulta de una manufactura impecable, sus contenidos reflexivos lo elevan a un nivel de texto urgente, más en los tiempos que corren actualmente, pues sitúa la discusión en temáticas tan importantes como la creencia de que somos una sociedad violenta y que reproduce una serie de expectativas de género absurdas, hirientes y ridículas a causa de estar insertados en nuestra cultura, como si tal —la cultura en sí misma— fuera una dimensión inamovible, sin cambios ni producida por los propios seres humanos.
En el libro, Chimamanda Ngozi afirma que “la cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura”, con lo cual invita a que todos transformemos aquellos repertorio culturales que reproducen injusticias, entre ellas, el machismo y la violencia de género.
En Todos deberíamos ser feministas, la también autora de imperdibles novelas como La flor púrpura no recurre a una actitud de victimización simplona, sino que su amplia capacidad analítica le permite mirar que también los hombres experimentan los daños de estar inmersos en una cultura patriarcal; como ejemplo de ello, la escritora explica que la masculinidad suele estar medida por los medios materiales que un varón posea, asimismo, expresa que dicha masculinidad está históricamente vinculada con una actitud de dureza, lo cual debilita el ego de quienes asumen como mandato el reproducir tal manera de ser y estar en el mundo. Para Chimamanda, «la masculinidad es una jaula muy pequeña».
La novelista de 33 años también coloca el dedo en la llaga dentro de otro tópico que aborda en su libro, esto al señalar que a las niñas se les enseña a aspirar al matrimonio, como si su realización humana estuviera en función de con quién se casarán; mientras que a los niños no se les inculca tal demanda.
Chimamanda establece que tales roles de género suelen naturalizarse en la sociedad al afirmarse que “eso” siempre ha sido así, por lo tanto no tendría por qué experimentar cambios; sin embargo, la autora enarbola la idea de que los seres humanos, en efecto, somos seres sociales, por lo cual nos hallamos en condiciones de transformar y desaprender aquello que nos oprime y nos provoca sufrimiento psíquico y físico.
Dentro de una de las reflexiones más lúcidas que presenta el libro, la autora sostiene, tajantemente, lo siguiente: “El problema del género es que determina cómo tenemos que ser, en vez de reconocer cómo somos realmente”, ello pareciera encaminarnos —desde la propuesta/provocación de la autora nigeriana— a irremediablemente ser sujetos que cambiemos a nuestra cultura, si es que deseamos construir sociedades más justas y gratas, sin los niveles atroces de violencia y barbarie que hoy en día experimentamos.
Finalmente, desde Todos deberíamos ser feministas se defiende el porqué se utiliza dicho término, feminista, y no aquel que engloba a hombres y mujeres como lo es el concepto derechos humanos; según Chimamanda Ngozi: “El feminismo forma parte de los derechos humanos en general, pero si sólo usamos ‘derechos humanos’ negamos el problema particular del género».