«El invencible» o las fronteras del ímpetu humano
Me parece que la ciencia ficción no goza de mucho prestigio en los círculos literarios de tipo académico. Ya sea por su carácter “comercial” o por una suerte de desdeño a sus recursos narrativos, el caso es que no se suele profundizar, más allá de un puñado de trabajos, acerca de las virtudes de los clásicos de la ciencia ficción. Lo anterior resulta lamentable puesto que en estas obras se encuentra una increíble, a veces aterradora, reflexión de la naturaleza humana.
Una buen ejemplo de ello es el caso de El invencible de Stanislaw Lem, que para esta obra se encuentra en pleno dominio de sus recursos como escritor: maneja un ritmo ágil que nos coloca en la trama de manera inmediata sin dejar maravillarnos con los paisajes de un planeta desértico que fue testigo y escenario de una evolución sumamente peculiar.
Es propio de la ciencia ficción el colocarnos en escenarios plausibles, sostenidos por cuanto hemos descubierto gracias a la ciencia y hacia donde podríamos llegar, pero una de las cosas que más vale la pena de El invencible no es solamente su ingeniosa premisa acerca del desarrollo evolutivo, sino la cuestión que nos plantea como seres humanos, pues no hace falta salir de este planeta para tener en cuenta ese espíritu de conquista que arde en nuestros dedos, esa voluntad de prevalecer frente a todo y contra todo.
Es aquí donde Lem da el giro de tuerca: ¿Y si esa tremenda voluntad humana resulta en una terrible virtud? Y es que, en estos tiempos de cambio climático y crisis ambiental, volteamos atrás y nos damos cuenta de que no porque podíamos lograr algo significaba que debíamos hacerlo.
Aquí quiero hacer hincapié en que El invencible no es una novela aleccionadora; para nada lo es. Es más bien una obra que nos invita a reflexionar en el lugar que ocupamos en el universo y en nuestro propio ecosistema, de igual modo es un gran argumento para acabar con el argumento humano de que todo tiene que ver con nosotros y que nuestra presencia es fundamental. Me parece que Lem tiene una atinada visión de nuestro progreso: no todo lo que existe es para nosotros, hay cosas que deben permanecer aisladas para el ser humano, así en la tierra como en el universo.