Icono del arte moderno neoyorquino propone una oda a los peluches
Márcia Bizzotto. (Corresponsal). Bruselas, 25 de mayo/Notimex. Un océano de peluches de todos los tipos y colores: así se puede resumir la retrospectiva que el Palacio de Bellas Artes de Bruselas dedica hasta el 26 de agosto a Charlemagne Palestine, artista multifacético que en los años 70 fue uno de los íconos del arte moderno estadunidense.
El juguete preferido de los bebés es una asumida obsesión de este grande hombre de lentos pasos y largos pelos blancos, nacido hace 70 años en un barrio de inmigrantes judíos en el este de Brooklyn.
Los más de cuatro mil peluches usados en la instalación belga son en la mayoría parte de su colección personal, comprados en varias partes de mundo, con historias propias. Algunos le fueron donados por amigos.
“Pero no me gustaban de niño. Solo me interesé por ellos de adulto”, aseguró en entrevista con Notimex el artista neoyorquino especializado en performances.
“Me interpela ese carácter desechable que se les da. Todos los niños tienen peluches en algún momento de su vida. Los llevan a todas partes, no duermen sin ellos. Y de repente se les olvida. Pierden la importancia que tenían para su dueño y van a parar en una tierra de nadie”, nota.
En manos del artista, esos objetos ganan estatus de divinidad, paramentados con guirnaldas y collares de simbología religiosa, fotografiados como miembros ilustres de la familia, asentados en altares.
“Me volví loco de adulto. Me obsesioné por rituales, por el animismo, el chamanismo y todo lo que tiene que ver con rituales. Mi trabajo es muy ritualístico, tanto cuanto artístico”, explicó.
La antropología, la sociología y la psicología fueron materias de estudio mientras evolucionaba en la carrera artística e imprimirían su marca en las creaciones de Palestine.
Mezclando composiciones musicales hipnóticas, instalación y performance, el artista hace de sus exposiciones un ritual particular a su mundo, nacido de los paseos que, todavía niño, hacía por las calles embebidas de arte del barrio neoyorquino de Greenwich Village.
En sus bares y cafés se cruzó con artistas plásticos, poetas, músicos como Andy Warhol, Bob Dylan y Allen Ginsberg.
En plena guerra del Vietnam, el Liceo de Música y Artes de Manhattan le pareció la mejor opción para evitar el enlistamiento en el ejército.
Un empleo como campanero de una iglesia cercana al Museo de Arte Moderno de Manhattan le regaló un interés por la música, además de un pase gratuito al museo, donde el joven Palestine visitaba cada tarde sus obras preferidas: Picasso, Matisse, Monet.
A los 20 años, el artista naciente en el hijo de inmigrantes judíos cargaba una audacia y un alma contestataria que combinaban con el espíritu de aquel año de 1968 en que los movimientos sociales inundaban las calles.
“El ambiente de Nueva York en aquella época era fantástico. Era el período hippie, paz y amor. La gente era abierta a lo nuevo. Conocí a grandes artistas, a gente muy diferente, y empecé a hacerme una reputación como artista y músico prometedor de la escena experimental”, recuerda.
La actual exposición en Bruselas está construida a partir de la primera presentación de Palestine en el Bozar, en noviembre 1974, inaugurando una nueva era para la institución, que pretendía abrirse a artistas internacionales.
Fue por intermedio del diseñador belga Hergé, creador del cómic Tintín, que Karel Geirlandt, director del Palacio de Bellas Artes de Bruselas (Bozar) en la época, llegó al estadunidense.
Pasados 44 años, la nueva muestra en Bruselas reune todos los elementos de lo que Palestine llama CharleWorld, o su mundo propio.
A empezar por el título, Aa Sschmmettrroossppecctivve, una desviación de “retrospectiva” creada por el mismo artista a partir de una palabra en yiddish que significa idiota.
“No me gusta la palabra retrospectiva. Parece decir que tu carrera se ha terminado, que estás al borde de la tumba. Así que me inventé esa palabra absurda”, se ríe dentro de su superposición de camisa y chaqueta de colores, coronados con un pañuelo de motivos en el cuello.
“Todo el mundo dice pero qué es eso?. Y es exactamente eso lo que buscaba. Eso es eso: una explosión de colores, ruidos. Es mi universo”, dice apuntando a la entrada de la exposición, que ocupa una rotonda y cuatro pequeñas salas contiguas.