Nagasaki, cuando el horror adquiere rostro humano
Julio Wright (Enviado). Nagasaki, 26 de febrero/Notimex. Hiroshima y Nagasaki son dos ciudades japonesas que siempre se relacionan con el horror de la guerra y con la imagen de un gran hongo de humo y fuego, símbolo de la destrucción total de la infraestructura y la vida humana.
Visitar Nagasaki implica ingresar a una cápsula del tiempo y recorrer aquellos espacios que fueron devastados el 9 de agosto de 1945 por Fat Man, la bomba de plutonio de 4.6 toneladas lanzada desde el bombardero estadunidense B-29 Bockscar.
El silencio que se cierne sobre el hipocentro de la bomba atómica, marcado por una estructura negra en un parque, sólo se rompe cada cierto tiempo por algún pájaro que revolotea sobre la copa de los árboles del parque circundante.
El monolito que marca el lugar exacto sobre el cual estalló la bomba tiene en uno de sus costados una cifra escalofriante: 175,763. Aunque en el ataque murieron 40 mil personas y 20 mil quedaron heridas, la radiación que se quedó en el lugar le cobró la vida a decenas de miles de personas años después.
Como un silente testigo de los hechos, a un costado del monolito se encuentran restos de una construcción y unos metros más allá, en una especie de subsuelo, se observan restos de la destrucción que dejó la bomba atómica.
Esta verdadera cápsula del tiempo permite observar tras un vidrio un pedazo de tierra del subsuelo y objetos semienterrados que fueron destruidos por la bomba de 21 kilotones, mudos testigos del horror que debe haberse vivido ese día a las 11:02 de la mañana.
En este monumento a la barbarie humana la gente deposita flores, en un sencillo pero significativo homenaje a las decenas de miles de víctimas que dejó la bomba lanzada en Nagasaki, el segundo blanco que tenían los militares estadunidenses ese día.
Cuenta la historia que Fat Man, que tenía casi el doble de la potencia de Little Boy, que cayó en Hiroshima el 6 de agosto de 1945, debía impactar la ciudad de Kokura para destruir instalaciones industriales.
Sin embargo, las nubes presentes en el lugar obligaron a cambiar el objetivo por Nagasaki, que presentaba la brecha nubosa necesaria para hacer blanco y lanzar la mortífera carga, la que explotó a 500 metros de altura y cayó a tres kilómetros del hipocentro inicial.
La explosión que afectó al valle de Urakami generó una temperatura estimada de tres mil 900 grados centígrados y vientos superiores a los mil kilómetros por hora, con una destrucción total varios kilómetros a la redonda.
A unos metros del hipocentro se encuentra el Museo de la Bomba Atómica de Nagasaki, el que detalla los días previos y posteriores al lanzamiento del artefacto, cuya réplica, de color amarillo, se encuentra en uno de los salones del lugar.
Es aquí donde el horror adquiere dimensiones humanas y los visitantes se cuestionan las razones de fondo que tuvo un país para atacar a otro de una manera tan salvaje y aniquiladora, matando inocentes y dejando secuelas de radiación que generaron un gran daño a largo plazo.
Objetos deformados y ropa quemada, entre otros, son el mudo testigo de esta barbarie, además de fotografías y videos que dan cuenta de los efectos que tuvo el artefacto en una ciudad que se levantó años después de entre sus propias cenizas para recordar que nunca más debe lanzarse una bomba atómica en el mundo.
El silencio de los visitantes es abrumador. El respeto y la congoja se respiran en cada punto de la exhibición, la cual es recorrida por japoneses y extranjeros que sufren por igual con la destrucción provocada por la guerra.
Miles de coloridas grullas de papel, unidas unas a otras en grandes tiras, reflejan en varios lugares el compromiso de hombres y mujeres por evitar que una tragedia de estas proporciones vuelva a repetirse en el futuro, a lo cual se unen mensajes de puño y letra de los visitantes donde piden paz para el mundo.
Al final de la muestra, un mapa da cuenta de la cantidad de ojivas nucleares que existen en el mundo y la necesidad de avanzar en su destrucción para evitar que haya que agregar en el futuro un nuevo nombre a Hiroshima y Nagasaki.
La presidenta chilena Michelle Bachelet realizó el pasado sábado una visita a esta ciudad, en el marco de la cual condenó los ensayos nucleares de Corea del Norte y expresó su esperanza que la bomba caída aquí en agosto de 1945 haya sido la última de la historia.