Porfirio Díaz, héroe de la batalla del 2 de abril

Alejandro Rosas/Historiador. Hasta 1910, era común que el país entero conmemorara la batalla del 2 de abril de 1867, fecha en que Porfirio Díaz recuperó la ciudad de Puebla de manos de los imperialistas. Era una forma de reconocer la brillante campaña militar que durante su juventud, Porfirio había sostenido para combatir a los franceses durante los aciagos años de la intervención y el imperio (1862-1867).

Después de la revolución, la historia oficial desdibujó una de las épocas más brillantes de la vida de Porfirio Díaz para centrarse exclusivamente en la justa –y a veces injusta- crítica a la dictadura que personificó. En un aniversario más de aquel asalto a Puebla, vale la pena recordar al caudillo militar que puso su espada al servicio de la Patria.

Porfirio Díaz inició su carrera militar cuando estalló la revolución de Ayutla en contra de Antonio López de Santa Anna (1854-1855). En Oaxaca, el pasante de abogado manifestó públicamente su oposición a la dictadura santanista por lo que tuvo que huir precipitadamente de la ciudad para incorporarse a la guerrilla de José María Herrera. Su bautizo de fuego lo tuvo durante un enfrentamiento en la cañada de Teotongo en diciembre de 1854.

Al triunfo de la revolución, el gobierno de Oaxaca nombró a Díaz jefe político del distrito de Ixtlán (agosto de 1855). La situación, sin embargo, estaba lejos de una paz duradera. En la capital de la república el Congreso Constituyente sesionó arduamente durante varios meses para darle a la república una nueva Constitución y el 5 de febrero de 1857 fue jurada la ley suprema del país. Por su corte liberal, la carta magna provocó la inconformidad de una parte de la población y las revueltas no se hicieron esperar. En diciembre de ese año, la situación se agravó, los conservadores dieron un golpe de Estado e inició así la guerra de Reforma.

Una de las asonadas que brotaron en la república tuvo lugar en el estado de Oaxaca en julio de 1857. Tras varios meses de inactividad Porfirio Díaz fue encargado de sofocar la rebelión, marchó hacia el distrito de Jamiltepec y en la región de Ixcapa enfrentó al enemigo recibiendo su primera herida en combate: “En los primeros disparos… fui atravesado de la última costilla falsa… El tiro me derribó… pero me repuse violentamente, y como lo exigía la presencia del enemigo me levanté, estimulé a mis soldados y pusimos en fuga a esa columna”.

Su ascenso en el ejército fue meteórico. Al finalizar la Guerra de Reforma, Díaz ya tenía el grado de coronel y además fue electo diputado al Congreso de la Unión. En 1861 viajó a la ciudad de México para ocupar su nuevo cargo. Sin embargo, no era el tiempo de la política sino de las armas, y en la primera oportunidad que tuvo para regresar a la vida militar, no dudó en hacerlo: “Estando en la sesión del Congreso… se tuvo noticia de que el enemigo atacaba la ciudad por la garita de la Tlaxpana en San Cosme… Entonces pedí la palabra y manifesté que siendo militar, suplicaba se me permitiera unirme a mis camaradas para combatir”. El resto de los diputados no pusieron objeción alguna y Díaz se unió a las fuerzas de Mejía y luego se incorporó a la división del general González Ortega. Por sus servicios, Juárez le otorgó la banda de general, tenía por entonces treinta años.

La derrota de los conservadores en la guerra de Reforma no fue definitiva. En 1862 regresaron por sus fueros apoyados en las bayonetas francesas y con la clara intención de establecer un imperio. El 5 de mayo de 1862, los franceses se presentaron frente a la ciudad de Puebla y fueron rechazados en repetidas ocasiones por el ejército mexicano al mando del general Ignacio Zaragoza.

Nadie esperaba el triunfo sobre el llamado “primer ejército del mundo”. Ni siquiera Porfirio, quien años después escribiría en sus Memorias: “Esta victoria fue tan inesperada que nos sorprendimos verdaderamente con ella, y pareciéndome a mí que era un sueño, salí en la noche al campo para rectificar la verdad de los hechos con las conversaciones que los soldados tenían alrededor”.

La victoria de las armas mexicanas retrasó un año los planes de los conservadores. Pero una vez que los franceses se reorganizaron y recibieron refuerzos iniciaron nuevamente la campaña. En marzo de 1863 avanzaron sobre Puebla y pusieron sitio a la ciudad. Durante más de sesenta días el ejército mexicano defendió con valor cada bastión, cada edificio y cada calle poblana.

El general Díaz parecía multiplicarse durante el sitio. Asistía a sus compañeros de armas, rechazaba al enemigo, avanzaba sobre alguna posición, se retiraba y volvía a la carga. Cada jornada presentaba un acto de valentía. La resistencia, sin embargo, fue inútil. A mediados de mayo de 1863, sin pertrechos ni alimentos para continuar la defensa de la plaza, el general en jefe Jesús González Ortega decidió rendir la ciudad y se entregó como prisionero de guerra junto con todos sus oficiales. Elías Federico Forey –comandante en jefe de las tropas francesas- recibió la rendición y los conminó a firmar un documento por el cual se comprometían a no volver a tomar las armas contra los franceses. Porfirio y muchos otros generales se negaron y por consiguiente se dio la orden de enviarlos a Francia en calidad de prisioneros de guerra. En el trayecto a Veracruz el general Díaz se escapó.

La intervención francesa representó su apoteosis militar. Si el rostro político de la resistencia lo encarnaba Benito Juárez, el brazo armado de la legalidad lo sería Porfirio Díaz. Luego de su primera escapatoria, Porfirio se presentó ante Juárez quien le ofreció la comandancia general del Ejército mexicano o el ministerio de Guerra. Díaz rechazó ambos cargos, se consideraba aún muy joven y había otros generales en el ejército con mayor experiencia y más méritos. Sin embargo, Juárez no quiso desaprovechar el conocimiento que Díaz tenía de Oaxaca y de sus regiones cercanas y lo nombró general en jefe de un ejército inexistente, el de Oriente –desaparecido con la rendición de Puebla-, pero que Porfirio tenía la encomienda de levantar y organizar para continuar la resistencia contra los franceses. Díaz marchó a Oaxaca con buen ánimo, muy pocos hombres y el grado más alto al que podía aspirar un militar: general de división.

A principios de 1865 Porfirio había logrado organizar el Ejército de Oriente, realizaba ataques temerarios, incursiones arriesgadas pero las victorias no llegaban. Ante el avance de las tropas francesas sobre la vieja Antequera, Porfirio decidió fortificar la ciudad y aprestarse a su defensa. No tuvo éxito. El asedio del mariscal Aquiles Bazaine se prolongó durante varias semanas y el general Díaz no tuvo más remedio que rendir la plaza, la falta de municiones y las deserciones de buena parte de sus tropas significaron su derrota.

El flamante prisionero, -a quien habían intentado persuadir para que se uniera a las filas del imperio de Maximiliano- fue trasladado a Puebla y confinado en el Colegio Carolino. Con la ayuda de un cuchillo y algunas cuerdas, el 20 de septiembre de 1865 logró evadirse arrastrándose sobre los techos de las viviendas cercanas a la prisión, descolgándose de muros y saltando cercas hasta llegar a un sitio donde lo esperaban sus hombres con caballos listos para huir de Puebla.

Ya en libertad, Porfirio volvió a la carga. Con algunos soldados recorrió los estados del sur, buscando ayuda material y el buen consejo del viejo caudillo liberal Juan Álvarez. Durante meses reclutó hombres para su tropa, y con paciencia dio nueva vida al Ejército de Oriente. A partir de 1866 inició la contraofensiva republicana. Cada victoria añadida a su hoja de servicio representaba un clavo más en el ataúd del imperio y aumentaban su prestigio como un militar indiscutible. En octubre, Miahuatlán y la Carbonera, en diciembre, apoyado por el ya entonces numeroso y bien pertrechado Ejército de Oriente, puso sitio a Oaxaca y en pocos días cayó en su poder.

Hacia el año de 1867, Porfirio continuaba su avance imbatible y el imperio de Maximiliano se desmoronaba. El general Díaz llevó a su ejército frente a Puebla -la historia le otorgó la oportunidad de la revancha luego de la derrota sufrida por la república en 1863- y le puso sitio a la ciudad. Las tropas imperiales intentaron auxiliar a los sitiados y ante la cercanía del enemigo, Porfirio tomó una decisión audaz, tomó Puebla por asalto, lo cual ocurrió la madrugada del 2 de abril de 1867.

Porfirio coronó sus éxitos militares tomando la ciudad de México sin disparar un sólo tiro. “Así se realizó sin derramamiento de sangre la ocupación de la plaza el 21 de junio de 1867 quedando prisioneros todos los jefes y oficiales que la defendían. Conservé el mando de la plaza desde el 21 de junio hasta el 15 de julio en que hizo su entrada el Presidente Juárez. Licencié algunas fuerzas, despedí otras y quedé con un ejército de veinte mil hombres con el cual recibí al Presidente de la República.”

Aunque en los siguientes años Porfirio tomaría las armas por causas menos devotas que la soberanía nacional, su etapa más brillante como militar llegó a su fin con el triunfo de la república. A partir de 1867 en el horizonte de su vida apareció una nueva pasión: el poder y para alcanzarlo tendría que enfrentar varios obstáculos; el primero de ellos era el propio presidente Benito Juárez.

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